El soldado salía del pueblo y tomaba el camino que le conduciría a las trincheras, su aspecto era desolador y si no fuera por las armas que portaba, entre todos los sentimientos que pudiera producir, nunca estaría el de temor. Era casi un niño, imberbe y pequeñito, vestía una camisa caqui, rota y sucia, un pantalón en el mismo estado y color que la camisa, calzaba unas alpargatas viejas de espartos y sobre la cabeza, un gorro terminado en una borla, que le iba acariciando la frente, su atavío acaba en correajes, trinchas, cartucheras con balas, un machete, una cantimplora, una máscara antigás, todo ello sujeto al cinturón, y en la mano derecha, un fúsil Mosquetón, 7,92
Al final del pueblo y al resguardo de unas paredes medio caídas, jugaban unos niños a las canicas. El soldado se paró para ver jugar a los niños, estos, absortos en sus juegos, durante un rato no advirtieron la presencia del soldado, que seguía muy atentamente las incidencias del juego, se podía adivinar que en aquellos momentos le hubiera gustado mucho más jugar a las canicas que ir a hacer la guerra. De pronto, uno de los niños vio al soldado, y mientras se levantaba de un salto y corría despavorido, gritaba: ¡EL ENEMIGO! ¡EL ENEMIGO! Los niños corrieron en desbandadas, dejando las canicas esparcidas por el suelo, mientras el soldado murmuraba con amargura: ¡Vaya enemigo!
El enemigo era yo, Disancor.-
Un hecho real, en una guerra real, con muertos y heridos reales.-
Mi padre estuvo en Sidi Ifni...algo de eso sé...
ResponderEliminarUn beso enorme.
Yo estuve en algún combate con la 2ª Bandera de Paracaidistas. Puede que hasta conociera a tú padre.
ResponderEliminarUn beso.