Nunca he sido una persona ni importante ni influyente, y, sin embargo, me he sentido siempre respetado. La gente me saluda por la calles y, desde los niños a los mayores, saben mi nombre. Me gusta saludar a la gente, interesarme por su salud y por sus problemas. Y, pase lo que pase, procuro ser correcto. Respeto todos los colores, los sexos, las edades, las condiciones personales, las creencias religiosas, las ideas políticas…Para mi todas las personas son iguales. Todas merecen mí atención y mi saludo. Y, a pesar de todo lo dicho, soy un tipo solitario. Me gusta pasear entre el barullo de la gente. Observándolo todo, contándome historias o preguntándome que irán pensado las personas que pasan por mi lado. Tratar de ver sus problemas en sus movimientos y en sus caras. Y me solidarizo con todos, los vea felices o tristes. Pero repito, me gusta la soledad entre la multitud y el silencio entres ruidos. Soy incapaz de pensar en un lugar tranquilo. Y es que he envejecido en el contacto con la gente. Siempre he estado en la calle, que es donde esta la vida.
Nunca he iniciado una pelea, pero si se ha presentado, tampoco la he rehuido. Tratando de resolver los conflicto con diálogo. No me gusta entrar en polémicas. Y si ha habido que ceder para evitar males mayores, pues he cedido. Algunas veces he tenido que enfadarme. No sería un ser humano si nunca hubiese perdido los estribos. Esos han sido momentos dolorosos para mí, porque siempre he acabado enfadándome consigo mismo.
La amistad siempre la he tenido como algo muy valioso, y, entonces, jamás he abusado de los amigos. Los favores que me han hecho, es porque ellos han querido. Yo muy pocas veces he pedido nada. No obstante, hay muchas personas dispuestas a ayudarme en cuanto yo lo pida. Pero si antes no he pedido casi nada, no hay razón para pedirlo ahora. Ya es muy tarde para cambiar el estilo.
Quiero a la gente y la gente noto que me aprecia. Me lo demuestran cada día en mi deambular por las calles. En un saludo, en unos buenos días, en un intercambio de palabras, en una mirada, en una sonrisa, en un empujoncito a mi silla de ruedas…Y la gente respeta mi libertad e independencia. Mi forma de pensar y mi comportamiento. A nadie extraña mis rarezas. Ni siquiera a los camareros que me sirven el café solo, con hielo y una pajita.
Mi situación es muy especial, pero mi vida es muy sencilla. Por extraordinaria que sea una situación, acabamos viviéndola con normalidad y aceptándola como si no pasara nada. Mi vida es una forma de vivir como otra cualquiera.