miércoles, 29 de julio de 2009

VACACIONES

He pasado una semana de vacaciones en un hermoso pueblo de Almería. Para una persona con un razonable deseo de independencia y en silla de ruedas, no es el lugar más adecuado, porque dependes mucho de otras personas, son muy pocos lugares a donde pueda uno acceder solo. En algunos sitios se han eliminado barreras, pero más bien parece porque queda bonito, por cuestión comercial, de imagen o sencillamente, para salvar un trámite administrativo. Las rampas son muy difíciles de subir, y desde luego, imposible sin ayuda. Bueno, es lógico que las cosas se hagan pensando en la mayoría, que son los sanos, los autosuficientes hoy, pero, tal vez, minusválidos mañana, ¡es tan frágil nuestro cuerpo! Entonces, construyamos ciudades cómodas y seguras para la mayoría y la minoría, que, afortunadamente, parece que esa es la líneas que se sigue, aunque con lentitud, y algunas veces mal, o puede que los que necesitamos de esos cambios seamos unos impacientes.
¡Claro que no me quejo de mis vacaciones! Lo he pasado estupendamente. Hasta he montado en barca de pedales, no fue fácil llegar hasta la playa con la silla, las ruedas se pinchaban en la arena, pero con ayuda de la familia llegamos al agua. Toda una aventura. Nuestro Hotel estaba cerca de la playa, en un enclave de ensueño, desde nuestra habitación se podía contemplar casi todas las instalaciones del Hotel: a nuestros pies, la terraza llena de mesas y de sillas, a continuación, las piscinas rodeadas de césped bien cuidado, y tumbonas, muchas tumbonas con infinidad de cuerpos tostados por el sol o relucientes por el agua de las piscinas, y al fondo, se veía el mar y allá donde desaparecía el azul del agua, recortándose en el horizonte, podía divisarse un barco, que yo suponía era una patrullera o un remolcador. Y si mirabas a los balcones, cuán la calle de un pueblo en fiestas, la vista era de multitud de coloridas toallas puestas a secar en los balcones.
Sobre las 7,30 de la mañana bajaba a la zona de las piscinas, y en mi descapotable daba una vuelta por las instalaciones. Después empezaban su faena las mujeres que limpiaban la terraza y el césped, todas con chaqueta azul y cuello blanco, con el pelo recogido en un moño, unas eran rubias, muy rubias, blancas, negras, cobrizas, se notaba que hablaban distintos idiomas, pero todas se esforzaban en hacerse entender en español; hablaban con cariño y nostalgia de parientes y amigos y proyectaban con ilusión vacaciones a países lejanos. Me saludaban o correspondían a mi saludo con amabilidad, y yo diría, hasta con alegría, porque a pesar de la disparidad de países y condiciones, es emocionante que un ser humano corresponda a otro ser humano.
Algunas mañanas no acompañaba a mi familia, ellos a la playa, yo prefería recorrer el hotel, me divertía subiendo y bajando en los ascensores, entrando en internet, leyendo el periódico, tomando algún café o jarra de cerveza en la cafetería, en fin, pasaba la mañana entretenido; otras, me acompañaba mi mujer, y a la hora de comer nos reuníamos en el comedor, en la misma mesa, los nueve miembros de la familia:
hijos, esposas, nietas, mi mujer y yo. Somos una familia muy unida, donde las únicas reglas son la libertad y el respecto de unos hacía otros. A la hora de comer tengo grandes dificultades, como era bùffer, mi mujer iba poniendo en la bandeja los alimentos que yo le iba indicando, y procurando que fuesen sólidos para que yo pueda pincharlos con el tenedor; a veces me tiembla mucho la cabeza y las manos, y no puedo comer lo que quiero sino lo que puedo, hay muchos alimentos proscritos en mi dieta por la imposibilidad de llevármelos a la boca, pensaran que porque esos días malos no me dan de comer, a lo que yo contesto diciendo: hoy, no, mañana, no lo se, prefiero no comer, o hacer huelga de hambre contra mi mismo, luchar un poco más antes de entregar el resto de mi dignidad. Los líquidos los tomo con pajitas, no se paladean como a sorbo, pero a todo se acostumbra uno.
Apenas nos dimos cuentas, las vacaciones y el dinero tocaron a su fin, y de nuevo nos encontramos instalados en nuestras vidas, en nuestros quehaceres, en nuestra lucha diaria, como si nada hubiera pasado, como si los 700 kilómetros que nos separaban del lugar de vacaciones fuera solo eso, distancia.
Anoche soñé con los San Fermines, me vi corriendo en mi descapotable delante de los toros, la gente corrían, y en un momento, me creí que corrían más de mi que de los toros, y para completar el sueño, también vi las imágenes en televisión, y la verdad, me vi un poco apurado dándole a las ruedas. Que cosas más raras se pueden soñar, son deseos que jamás se convertirán en realidad.

1 comentario:

  1. Qué hermoso compartir las vacaciones toda la familia junta...
    Imagino que debes disfrutar enormemente de tus nietas.

    Otra vez me llamas y brindamos con una cervecita...jejeje

    Besossss

    ResponderEliminar