No todos los
episodios de la vida los borra el tiempo. Siempre quedan restos que se resisten
a morir del todo. Y son pequeñas cosas dentro de un contexto importante, las
que vienen con más claridad y frecuencia a la momería. Quizás sea por eso, que
no se me olvidan hechos insignificantes de mi paso por la contienda bélica que
habría de marcarme para toda la vida.
Son los recuerdos del
día a día de un soldado perdido en una tierra que nunca sería suya. De un héroe
anónimo, de esos que pasan desapercibidos, que ni siquiera los tiros de su
fúsil suenan. De un mercenario en un ejército regular, pagado con tres pesetas
por jornada. Con el deber de obedecer y morir y soñar cuanto quisiera. Y cantar
o que te cantaran canciones patrióticas, a una caja envuelta en una bandera.
Son las cosas que
pienso hoy, impulsado por aquellos
remotos recuerdos. Entonces mi vida era más simple, más insignificante, más
monótona…Pero con muy escaso valor. Trascurría entre caminatas, trincheras,
guardias y tiros; entre cantimploras sin agua y latas de sardinas; entre
mosquitos y pulgas; entre partidas de cartas, borracheras y putas
militarizadas. Y las misas de campaña y las confesiones tras una piedra ¡Son
tantas las cosas que pasaron y que nunca se contaron! ¡Son tantas las que se
dijeron y nunca ocurrieron! ¡Son las verdades de las guerras! ¡Las mentiras de
los documentos oficiales! Datos para estudiosos e historiadores.
Las guerras siempre se pierden. Esta se
perdió, y también el lugar que ocupábamos en otro continente.