Pobres en las puertas de una iglesia. La imagen viene de siglos, y durante todo ese tiempo venimos pensando que los más creyentes son los más generosos, y lo seguiremos creyendo mientras no queramos ver que la caridad no es justicia. No es justo que una persona tenga que implorarle a otra, migajas de lo que le sobra de una vida de abundancias, caprichos, lujos y derroches. Es humillante una mano extendida pidiendo una moneda. Es humillante la exhibición de vanidad que hace quien la entrega. Y es humillante la acumulación de riquezas en medio de tanta miseria ¿Qué le contarán a Dios cuando le rezan? Y el pobre pide:- ¡una limosna por el amor de Dios!- Y en su nombre se contesta:- ¡perdone usted, por Dios!- Él tiene bastante con impartir justicia en ese lugar más allá de las estrellas. Si hemos de hacer una selección de la pobreza, los pobres de solemnidad siempre han estado a la puerta de las iglesias.
Quizás sea porque son los que más se ven, han perdido toda esperanza y son más conformistas.
Mientras escribo pienso sólo en el hambre y las tragedias más cercanas, en aquellas que están más cerca de nuestros ojos, de aquellas que nos rozan y nos amenazan como un mal presagio. Esas que ni siquiera sabemos si forman parte de las estadísticas, y que reciben más ayuda de la caridad que de la justicia.
Mirando al suelo
Una limosna implora
A los creyentes.