Me hice fotógrafo
profesional porque padecía y padezco una enfermedad degenerativa e incurable
del sistema nervioso, con los síntomas visibles de andares de borracho y
temblor en manos y cabeza. De esas que mueven a comentarios humorísticos a los
más graciosos, muy dados a hacer chistes. He de reconocer humildemente que la
cosa no era para menos a la vista de una enfermedad tan placentera. Imaginando
mi estampa, yo tampoco me hubiera fiado mucho de mi. Sin embargo, como tenía
las idas claras y sabía muy bien lo que quería, y que mí reto era difícil pero
no imposible, me lancé a la aventura. Solo tenía que procurar que la opinión de
la gente no me afectara mucho. Si alguna vez me enfadaba, era consigo mismo,
por no poder hacer las fotos con la normalidad de una persona sana.
Cuando enfocaba la
cámara, se producía el milagro de no sacar una foto movida ni un modelo asustado. Casualidad o misterio,
las fotos salían y además no salían movidas. Con el resultado de algunos
reportajes, yo era el primer sorprendido. No diré como lo hacía, porque un mago
nunca descubre sus trucos. . El temblor tampoco me permitía hacer un buen
enfoque con la cámara, mucho menos elegir velocidades de obturación largas. No
podía utilizar teleobjetivos, porque, por su tamaño, vibraban mucho. En fin,
que todo eran limitaciones. Sin embargo, comparando los resultados con los de
la competencia, tenía motivos para estar razonablemente satisfecho.
Porque soy realista,
aunque pueda parecer vanidoso, estoy
orgulloso de mis fotos. Cada una es la historia de las dudas, de la rabia, de
la impotencia, del miedo al descrédito y al ridículo; de aparentar valor,
cuando estaba asustado. De tratar de disimular el temblor, cuando se me movía
todo el esqueleto Exagerar la normalidad
frente a la competencia y antes quienes pagaban mis servicios. Porque sabía que
no hay consideración cuando se perjudican los intereses de otros, ni aunque
esos otros sean personas muy allegadas, amigos o clientes muy considerados.
Siempre hice las
fotos en solitario, quise que yo, y solo yo, fuese el único responsable de
méritos y fracasos. Nunca me apoyé en nadie, ni nadie me ayudó. Por razones de
salud y por orgullo, he sido un solitario que siempre ha ido por libre
Quienes todavía me
recuerdan cargado con aquellas viejas cámara fotográficas, no las mejores ni
las más caras del mercado, y que no
tenían más automatismo que “el ojo del buen cubero” Aquellos que me recuerdan,
repito, pueden dar fe que todo lo que digo es cierto. Que todas las fotos que
aparecen en CACHOS DE VIDA son productos de aquella lucha. Solo yo sé lo que me
costaba hacerlas. Y aún, la más simple, la más sencilla, la más tonta y con
menos contenido, suponía para mí un enorme esfuerzo de control del temblor y de
los conocimientos, porque muy bien había que conocer cámara y técnica para
llegar a obtener buenos resultados en tan lamentables condiciones
La cocina de mis
fotos fue un pequeñísimo laboratorio casero que media un metro de ancho por dos
de largo, con cuarenta grados en verano y casi nada en invierno. Aquí, luchando
con el temblor de mis manos y a la escasa luz de una lámpara roja, me pasaba
noches enteras entre ampliadora, negativos fotográficos y baños para revelar,
fijar y demás etcéteras. Y así nacieron las imágenes que hoy recuerdan cosas de
un pasado ya lejano, de otra gente, de otro pueblo y de otras formas de vida.
Motivos tuve muchos
para desanimarme y dejar de hacer fotos. Pero ni el temblor, ni los ataques de
la competencia, ni siquiera los comentarios, fueron suficientes para que tirase la toalla.
El milagro de la fe
en uno mismo. La locura de quien hace proyectos mientras sueña. Los recuerdos
de quien tiene en imágenes toda su memoria.
…y porque mi vida
siempre ha estado en la calle y en contacto con la gente, no cuento nada que no
se sepa.