miércoles, 26 de agosto de 2009

AMOR.

Hace cuarenta años que los conozco, y ni siquiera sé como se llaman. Miles de saludos sin nombres, miles de sonrisas de misterios. Vivimos sin conocernos, pasamos, vamos, venimos sin vernos. Pasa el tiempo, y sigue el misterio. Y cuando ya no soy joven me entra el miedo a dejar de verlos sin llegar a conocerlos. Siempre, ayer y hoy, los he visto pasear cogidos de la mano. Ajenos a lo que pasa fuera de ellos, ajenos al amor que se rompe, a la pasión que se acaba. Necesito verlos cada día para recordar que el amor existe, que se rejuvenece a cada instante. Pasan por mi lado, me saludan y me sonríen como queriendo revelarme el secreto, el secreto de sus nombres. Ya no lo quiero saber, porque, de tanto pensar, los adivinos, y bordados con caricias veo en mi mente los nombres de Amor y Entrega.
En estos tiempos de usar y tirar, hasta los sentimientos envejecen pronto. Nada dura más allá de la novedad. Apenas estrenados, se rompen contratos y se incumplen promesas. No hay nada sagrado que nos obligue a guardar fidelidad. Con los sentimientos se mercadea, o se ofrecen al mejor postor, al que mejor pague, al que mejor imagen ofrezca, o al que mejor mienta.
Nos queda la esperanza. Mientras haya ancianos enamorados, con las manos enlazadas, y los sentimientos ardiendo en la misma llama, habrá esperanza. Adiós amigos, adiós pareja. Que el amor siempre os acompañe.

2 comentarios:

  1. Como siempre, muy bonito y poético.
    Espero que no te moleste, porque he escrito un artículo sobre cachos de vida.
    Un beso muy fuerte

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  2. Me alegra ver que tengo en tí el mejor seguidor y crítico que se puede desear. Gracias, Dolores, por tú apoyo.
    Saludos,

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