viernes, 28 de agosto de 2009

MILAGRO CON LA VARITA MÁGICA.

Me gustaría tener una varita mágica para ir corrigiendo las distracciones del Creador, porque distracciones o despistes tienen que ser, si no ya me dirán que valor positivo tiene para un ser humano la enfermedad, la tara de nacimiento o las consecuencias de accidentes. Puede que tenga sus razones para no enmendar los errores, pero por lo mismo que Él me hizo como soy, puedo estar en desacuerdo con esas razones, y lo estoy, y lo estaré y en tanto no me de el suficiente capacidad para comprender el porqué de tanto sufrimientos, no podré dejar de pensar en lo inútil de tanto dolor. Habrá quien diga, no muy convencido, que el sufrimiento nos acerca más a la verdad, ¿a qué verdad? Una verdad hipotética, la del misterio, la de esa fe que nos obliga a creer en lo que no se ve. Quisiera creer en esa fe, pero no puedo, creo en el innecesario sufrimiento humano, que es lo que veo, que es lo que siento, mi inteligencia y mi razón, no llegan más allá. Los ojos del entendimiento se aturden con palabras de consuelo, de resignación, de darse por vencido, al tiempo que se insiste con total convencimiento del gran poder del Ser que lo puede todo, lo domina todo, lo controla todo, y, sin embargo, consiente todas las calamidades que azotan a la humanidad. Y yo mismo, a falta de varita mágica, utilizo la única arma que tengo, la palabra de ánimo y de consuelo, y no puedo hacer otra cosa que gritar con mis palabras, toda la impotencia y rabia que me oprime el corazón.
Quiero creer, necesito creer. ¡Estamos tan solos, entre tanto misterios! Necesitamos milagros, muchos milagros para creer. Aunque solamente sean trocitos de milagros, que nos permitan vivir una vida, con más vida e independencia. Y confiemos en que la ciencia pueda, un día, llevar a cabo el milagro que tanto necesitamos.

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