LOS PELIGROS DE LA CARRETERA

Sabemos de accidentes automovilísticos en las carreteras y, sin embargo, parece que eso no nos puede pasar a nosotros. Al menos que nos toque de muy cerca, no acabamos de creérnoslo, y seguimos conduciendo sin ver la ambulancia, el hospital, la silla de ruedas o la muerte. Somos unos inconscientes temerarios, y un accidente siempre nos coge desprevenidos. Y eso que, en buena medida, la seguridad depende de nosotros y el resto, de la ruleta rusa de la suerte. ¡Y es tan fácil que una situación acabe en vidas rotas! En un bulto en la carretera bajo unas sábanas blancas, en unos zapatos con pies y sin cuerpo o el pan ensangrentado esparcido por el suelo. Pese a lo terrible de la tragedia, el conductor procura que no le afecte demasiado, porque empezaría a conducir con más miedo del necesario.

Son impresionantes las imágenes de riadas de coches moviéndose por las carreteras. Todos impacientes por llegar pronto a alguna parte. Cientos, miles, millones de coches compitiendo en velocidad y potencia. Devoradores de distancias, máquinas de rugidos infernales.

Son las imágenes que nos llegan de días de puentes festivos o de días de vacaciones. No importa el escaso tiempo, ni el peligro que supone moverse tanto, ni el dinero, ni siquiera que los agentes de tráfico nos castiguen como a chicos malos, lo importante es alejarse de la rutina diaria y buscar emociones nuevas.

Hoy todo es más fuerte y resistente. Mejores carreteras, coches más potentes, pero la persona sigue siendo tan frágil como siempre. Entonces ha de ser más cuidadosa con las reglas y las normas de tráfico. Pequeñas infracciones son grandes descuidos, que suelen pagarse con un precio elevado y con una moneda muy preciosa. Las faltas son comprensibles, pero nunca justificables.

No conocemos nuestro destino, pero sabemos que puede variar dependiendo de nuestro comportamiento, si le damos probabilidades para que se incline en el sentido del accidente.