miércoles, 16 de septiembre de 2009
DEJAR DE FUMAR
A mí nunca me ha parecido difícil dejar de fumar. Tal vez si no se le diera tanta importancia al tabaco, no habría llegado a ser un problema, y parece que hasta grave. Es motivo de preocupación para mucha personas, es poner a prueba la voluntad, a mantener un pulso constante con un vicio tonto. Se le dedican espacios y páginas en los medios informativos, manuales y métodos, se hacen programas y charlas, los sicólogo y profesionales le dedican bastante tiempo, parece todo el mundo asustado, incluido el gobierno. Se ha convertido en un conflicto muy importante, motivo de broncas, discriminaciones y separaciones. Ridículo llegar a esa situación, cómica esa dependencia.
Yo soy una persona del montón, con una voluntad a granel, nada especial, fui fumador desde los 10 años hasta los 27 ó 28. Me fumé todas las porquerías que había en los estancos: ideales, peninsulares, celtas, en fin, lo peor y más barato. Encendía un cigarro con otro, tragaba el humo y fumaba de noche y de día. Hasta llegué, en alguna ocasión, a poner en peligro mi vida por un paquete de tabaco. Me pasaba la vida cabreado por no tener dinero para comprar tabaco. Pero un día se me encendió la lucecita, y me dije: ¡A partir de este momento dejo de fumar! Han pasado décadas, y jamás he sentido la necesidad de fumar. Me he relacionado con la gente, he estado y estoy entre fumadores, no me molesta el humo ni el olor, para mi no supone ni problema ni molestia. Lo acepto con naturalidad.
¿Qué como dejé de fumar? Simple: cambiando el pensamiento, haciendo que el lugar que ocupaba el tabaco en la mente lo ocupara otra cosa, sin darse explicaciones, sin cuestionarse nada, sencillamente cambiar de pensamiento, y no darse razones, porque eso es una trampa.
El mono era tan grande que estuve más de una semana que no comía, no dormía, no veía, no oía, y andaba por la calle como un zombi. Estos efecto pasaron y yo seguí entre humos y fumadores sin complicaciones.
Creo que hemos de desmitificar el tabaco, haciendo que no sea tan importante, reduciéndolo a lo que es, nada. Una costumbre que se puede eliminar o cambiar por otra. Y quién sea feliz fumando, que fume, y no lo convirtamos en un apestado enemigo de la salud y de las buenas maneras, y si defiende la libertad no lo acusen de hacer apología del tabaco.
Para terminar diré que si yo pude, cualquiera podrá.
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