Reconozcamos que el interior de una iglesia sobrecoge y produce un temor supersticioso que llega al alma, y si se esta celebrando una misa-funeral, entonces, ya no te atreves ni a respirar. Y es que todo esta para provocar un inexplicable estado de sugestión. Durante los 45 minutos que ha durado la misa he estado buscando una buena explicación, pero hay estados de ánimo que nunca se pueden explicar, al menos, no del todo, aunque la razón y la lógica te digan una cosa tu piensas otra. Desde luego, no es un lugar, ni un momento para sentirse alegre, cuando todo es tan triste, tristes las imágenes de las pinturas y tallas, triste la luz, los colores, los bancos, la gente, el silencio, el cuchicheo de misterio, el cura y sus palabras, recordándote en cada una de ella la muerte, el final, la amenaza del infierno o improbable gloria, promesa hecha a la esperanza, incertidumbre o miedo. Por un instante sientes miedo, una ráfaga de fe te pasa por la mente, que si no te llega al corazón, pronto se disipa, pero dudas entre seguir pensando o dejarte llevar como siempre, cercano a las cosas, lejano a los detalles de la ceremonia. ¿Y el difunto? El detalle más triste, el muerto en su ataud, soportando coronas de flores de tristes colores, a los pies del sacerdote, ¿quién es el protagonista el difunto o el oficiante? Este decidirá en cualquier momento, que la cuenta atrás del olvido ha comenzado, enviándolo a su última y definitiva morada, luego de pasar el trámite de amigos, parientes y vecinos, testimoniando su pesar a los familiares y allegados, y el luto negro, de las negras ropas, se hace patente con la triste pena.
¿Son así de tristes las iglesias, o me he dejado impresionar por le presencia de la muerte?
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