jueves, 24 de septiembre de 2009

LOS CURANDEROS

Los curanderos son esas personas, la mayoría, que presumen de tutearse con Dios, dicen estar en el negocio del milagro, y que gracias a eso, no hay enfermedades que se les resistan. Lo curan todo, menos la enfermedad real. Curan las enfermedades inexistentes, esas que sólo están en la cabeza. Imaginarias, de la mente o del alma, pero con las del cuerpos, con esas, no pueden, aunque se atreven prometiendo salud a las personas con daños incurables, que en su desesperación recurren a ellos. Y les escuchan, y les obedecen y les pagan, con esa esperanza tan humana de “a ver si quizás”. La razón no obedece cuando se trata de salud y unos instantes más de vida. Cuando esta todo perdido, cuando la medicina convencional se declara vencida, cuando ya no vale la pena luchar, porque se han agotado todos los recurso y todos los remedios, la gente acuden al curandero. Van suplicantes, con humildad, porque creen que esa es la aptitud que hay que tener para curarse. Atienden los rezos, pagan los menjunjes, y para el curandero, ni un mal pensamiento, porque eso puede perjudicarles. Es tal el poder de sugestión, de miedo o de esperanza, que el enfermo no se atreve a poner en dudas sus dotes de sanador.
Y el caso es que la gente, en el fondo, vislumbran que les están engañando, pero prefieren no darse cuenta, poner en duda su intuición, ignorar lo que ven, para así no matar la esperanza, y si para evitar que esa llama se extinga. Y como último recurso, hay que acudir al engaño, pues, tal vez, son necesarios los curanderos.
Triste la enfermedad, triste cuando todo es oscuridad, triste la muerte, triste…

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