martes, 8 de septiembre de 2009

LOS ZAPATOS.

En los tiempos que los chavales jugaban al fútbol en las calles, recuerdo un grupo de niños con 8 ó 10 años que iban todas las tardes a jugar un partido en un solar. El que jugaba de portero, antes de empezar el juego, se sentaba en una piedra y se quitaba los zapatos y los calcetines, y con mucho cuidado los colocaba encima de una de las piedras que servían de portería. En el fragor del juego no se dio cuenta que le robaban los zapatos. Cuando miró a la piedra y no los vio, se paró en seco, miró con desesperación, corrió de un lado a otro entre los niños, que preguntaban que le pasaba, él corría y corría, miraba y miraba por todo el solar, no decía nada, en tanto su miedo iba en aumento. Algún niño gritó, que los zapatos, y todos empezaron a correr y a buscar. Pero llegó un momento que ya no había donde buscar, y el niño de los zapatos, abatido y triste, se sentó en la piedra, se tapó la cara con las manos, y se puso a llorar, en tanto, los niños se iban sentando en el suelo a su alrededor. Todos en silencio, no sabían que decir. Así permanecieron hasta que empezó a oscurecer, momento en que empezaron a levantarse, y solos o en grupo, comenzaron a marcharse, quedando solamente dos, el niño de los zapatos y otro más pequeño. Estuvieron un rato así, uno llorando, otro en silencio. De pronto, el pequeño se levantó de un salto y salió corriendo, volvió al cabo de unos minutos con dos zapatos, uno en cada mano, se los tendió a su amigo, que levantó la cabeza, retiró las manos de la cara, miró los zapatos, miró a su amigo a la cara suplicante, se levantó y pasándole el brazo por el hombro, empezaron a andar…
Al día siguiente me dijeron que no eran hermanos, que eran amigos, que los zapatos no le valieron porque eran pequeños.

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